viernes, 22 de abril de 2011

Plaza San Martín 2011


Han pasado tres años de inactividad, la cacería humana cesó, la policía envió al archivo las investigaciones, la población ya olvidó los horrendos crímenes. Ludovica cambió sus hábitos gastronómicos, sus nuevas victimas han sido perros solitarios, gatos, roedores y aves de rapiña de las muchas que sobrevuelan el cielo limeño y anidan en los techos de las viejas mansiones, no fue suficiente, nunca será suficiente cuando se ha cazado humanos.

Micaela y Ximena caminaban por el Jr. Carabaya, eran las 04:00 AM, iban rumbo al estacionamiento ubicado en la calle Belén a pocos metros del Club Nacional, habían pasado una noche de juerga ácida, recién se conocían pero ya eran amantes, su encuentro había sido en el baño de una de aquellas sórdidas discotecas que abundan en los alrededores del Damero de Pizarro, el sonido de sus tacos hacía eco en la solitaria calle, un gato rojizo saltó hacia la calzada.

Los colmillos se clavaron en aquel bulto maloliente repleto de pescado, lo había percibido desde el techo de un viejo solar, el gato rojizo era un hábil cazador y recolector como también un escurridizo escapista, momentos antes había huido de una muerte segura a manos de aquel monstruo del pasado, de aquella siniestra y gélida fémina que ahora había vuelto a oler sangre fresca y sentido el temor, el miedo y el terror de un par de caminantes, la excitación era imparable.

Las lesbianas se movilizaban presurosas, uno que otro apasionado beso detenía su veloz marcha, sus corazones latían al ritmo de su andar bombeando sangre a raudales, sus poros transpiraban nerviosismo en aquella desierta calle, sólo querían llegar a la Plaza San Martín sin ser asaltadas por algún delincuente, sin toparse con algún grupo de malolientes de los cerros, sólo querían llegar a la luz de la plaza, luz amilanada por la niebla cada vez más espesa.

Micaela y Ximena hicieron su ingreso agarradas de la mano a la plaza más famosa de la Ciudad de los Reyes, cruzaron hacia el Portal de Pumacahua, la fría niebla refrescaba sus tersos rostros y el viento se mezclaba en sus cabellos antes perfumados de manzanilla ahora oliendo a tabaco, alcohol y sexo furtivo, un par de borrachos yacía descalzos en medio de la Plaza mientras una pareja fornicaba sigilosamente en una banca de mármol.

Ingresaron al portal y de pronto las luces se apagaron, mejor dicho las bombillas estallaron debido a un corto circuito en uno de los tableros eléctricos, ellas apresuraron el paso, ya asustadas por el imprevisto, las tinieblas cubrían su andar y la tenue luz de la antigua calle Belén se hacía más cercana, cuando de pronto, Ximena se vio sola, se detuvo a pocos metros de la luz, sorprendida, atónita, Micaela ya no estaba a su lado, había desaparecido.

A pocos metros Ludovica clavaba sus colmillos en el tibio cuello de Micaela, amparada por la oscuridad, guarnecida en la negrura de aquel portal, nadie logró verla, sus ceñidas ropas negras creaban un camuflaje perfecto. Succionó cuanta sangre pudo, desgarrando con cada mordida el tierno cuello de la joven que con espasmos violentos dejaba su corta vida y sus sueños libertarios para nuestra hipócrita sociedad, nadie observó, nadie oyó, nadie gritó.

Ximena afinó su mirada tratando de ubicar a su casual compañera, de espaldas a la luz avanzó un par de pasos hacia la oscuridad “¿Micaela, estás ahí?” dijo casi susurrando, avanzó otro par de pasos, una nueva pregunta sin respuesta solo sintió que alguien la jalaba con violencia hacia el cielo raso del portal, quiso gritar pero no pudo pues su vida fue segada sin misericordia, unas garras cortaron su cuello antes que palabra alguna saliese de su garganta.

El festín fue lujurioso, en el cielo raso del portal Ludovica dio rienda suelta a sus ganas de sangre humana, gotas de la misma salpicaron las paredes y arcos del portal, el piso se cubrió de aquel líquido hasta que ya no hubo más por gotear, sólo el cuerpo sin vida con la garganta destrozada y los ojos en cuyas retinas estaba grabada la imagen de la muerte, una muerte cruel y brutal para una joven estudiante de sociología amante de la música latinoamericana.

La camioneta del serenazgo pasó varias veces por el lugar sin que sus ocupantes observen algo extraño, sólo reportó a un par de jovencitas que yacían ebrias en el Portal de Pumacahua, la central de comando les ordenó “Déjenlas ahí hasta que amanezca, siempre es lo mismo todos los viernes”. Las primeras luces del alba descubrieron el dantesco espectáculo, los curiosos y periodistas se agruparon en el portal, todos llegaron menos la policía.

Antonio Gamio