jueves, 23 de octubre de 2008

Cercado de Lima 2008


Ella ingresó por una ventana existente en el último piso de un vetusto edificio de estilo republicano de la Av. La Colmena, eran aproximadamente las 03:00 AM y en la calle las jóvenes prostitutas ofrecían sus servicios a los taxistas estacionados mientras que las rondas de serenos les pedían cupos a cambio de dejarlas ejercer su antiguo oficio, en el Pasaje Peñaloza tres travestis salían de un hotelucho cargados de billetes robados a los desviados que pidieron sus servicios, uno de ellos yacía sobre un mugriento colchón con la cabeza ensangrentada producto del golpe propinado por la cacha de una pistola, mientras los otros dos dormían extasiados bajo los efectos de alguna pastilla adormecedora, los tres habían sido desvalijados pero solo uno de ellos luchando contra los efectos de la droga se había resistido he ahí el porqué del golpe, el olor a sangre, imperceptible para el olfato humano, impregnaba la habitación y ella lo había percibido.

Mientras realizaba su habitual paseo nocturno sobre la ciudad, olfateó, observó y como un rayo de color negro ingresó al edificio, era un hotelucho tan sórdido que hasta los maleantes lo evitaban, era el refugio de homosexuales y travestis de toda clase. Oculta entre las sombras, sigilosa, rápida, la excitación la embargaba, sabía que el olor era de sangre fresca, recién vertida, sangre joven, caminó por los húmedos y tenebrosos pasillos de aquel hotelucho y se confundió con los parroquianos, con los travestis, con los homosexuales, bajó una apolillada escalera que lucía algunos escalones de marmol, husmeando, olfateando, pensó "esto debió ser un lugar excepcional" y claro que lo había sido, antaño fue una mansión que albergó a una aristocrática familia de aquella Lima que se fue por el drenaje, los mármoles y el pan de oro ahora solo eran parte de una historia plagada de gloria, pero para ella no había tiempo para detenerse en cavilaciones románticas, continuó su búsqueda hasta que al fin halló lo que buscaba, en un rincón oscuro del edificio una puerta de madera desencajada y con las bisagras oxidadas señalaba el ingreso a una pequeña habitación, ella entró, observó que no había ventanas, ni ventilación, solo un pequeño tragaluz que dejaba pasar un tenue brillo pero que no permitía evacuar el olor a humedad y perdición, sus pupilas se dilataron adecuándose a las tinieblas reinantes y ahí lo vió, el cuerpo de un joven, descamisado, inerte, echado boca arriba sobre un catre de metal receptáculo del mugriento colchón y en su cabeza una herida, una abertura desde donde manaba sangre esa misma sangre que ella había percibido a medio kilómetro de distancia, se acercó al muchacho extasiada, ansiosa, cuando de pronto el joven abrió los ojos y dijo con la voz entrecortada "ayuda, ayuda..." Ludovica lo miró y suavemente se colocó sobre él y casi susurrando le dijo al oido "te ayudaré a morir, esto será lo último que escuches" luego clavó sus largos y filosos colmillos en la tibia y temblorosa yugular del infeliz parroquiano, succionó hasta saciarse gozando con cada mililitro de ese elixir rojo y caliente, disfrutando con cada espasmo mortal de su presa. Cuando culminó salió por donde había ingresado, mimetizándose con las tinieblas subío las escaleras hasta la azotea desde donde observó la ciudad, esa ciudad que sería su habitat y su coto de caza, acto seguido continuó su paseo nocturno buscando otra victima, alguna presa digna no como aquella que encontró servida en bandeja.

Al día siguiente los diarios populares publicaron "Mostacero manca en telo gay", mientras que el decano de la prensa nacional mencionó "Hallan cuerpo sin sangre de un joven en un hostal del Centro de Lima, la policia sospecha que el crimen sea de tipo pasional".
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Antonio Gamio

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