miércoles, 29 de octubre de 2008

Estación de Monserrate 2008



Cuando amaneció los supervisores del Ferrocarril Central encontrarón dos cadáveres, uno bajo los vagones transportadores de mineral y el otro dentro del vagón mirador del tren turístico. El despliegue policial era espectacular, tanto como ineficiente, las posibles huellas digitales del asesino habían sido estropeadas debido a la manipulación de los cuerpos y pistas, una vez más aquellos adiposos agentes del orden brillaban por su torpeza.

En la puerta de ingreso de la estación una larga fila de pasajeros esperaban enojados el manifiesto oficial de los representantes del Ferrocarril Central, llevaban cerca de dos horas de incómoda indiferencia, entre ellos habían turistas y nacionales y también Ludovica, como espectadora y ataviada con una ceñida malla y una chaqueta de cuero observaba desde una de las aceras, los tacones altos de sus botas la hacían lucir impresionante llamando la atención de muchos, sumisa en sus pensamientos recordaba con cierta satisfacción su ronda nocturna.

La noche anterior, durante su habitual paseo sobre nuestra ciudad, había observado una presa la cual por sus características le recordaba a su antigua tierra natal, allá en Europa Central. Él era un ingeniero de ancestros ingleses, efectuaba la labor de supervisar los rieles y ruedas de los vagones, dicha función se efectuaba de noche con los vagones detenidos y los rieles frios se evitaba tomar mediciones con el acero dilatado por el calor y la fricción, esa noche su asistente no había acudido a laborar así que su única compañía era un fiel perro pastor alemán llamado "Fritz" mascota de los supervisores de la estación.

El ingeniero Blackmore esuchó un golpe seco sobre el vagón que estaba inspeccionando, alzó la cabeza sorprendido, paralizado, horrorizado al ver un ser cuya boca abierta dejaba lucir unos colmillos relucientes, acto seguido sintió como aquella figura oscura caía sobre él tan violentamente que sus 90 kg. de peso fueron a parar al suelo, trató desesperadamente de luchar contra aquella extraña criatura pero una fuerza sobrehumana asía sus muñecas y apretaba sus brazos en la piedrecillas del suelo, su instinto de conservación hizo que atinara a utiliar sus rodillas como armas de defensa contra la entrepierna de aquel monstruo, pero no fue suficiente, sintió que una especie de frío cuchillo cortaba violentamente su cuello mientras que otro le desgarraba el pecho, lleno de terror y mudo por la impresión trataba de ver pero no podía, las tinieblas ocultaban todo a su alrededor, de pronto la suave piel de un rostro se acercó al suyo, unos fríos ojos azules lo observaron y una voz le dijo "Es inútil que resistas", luego esos colmillos brillantes se clavaron en su sangrante y destazado cuello, ella se dio un festín con toda esa sangre que manaba de aquel corte pero lo mejor vendría a continuación, no había mayor placer para aquel monstruo que beber sangre directamente del corazón por lo que en un acto de extrema lujuria abrió la herida del pecho y clavó esas dos dagas bucales en el corazón de su presa hasta que literalmente reventó, al finalizar levantó el cuerpo y lo lanzó bajo un vagón dejando un rastro con la poca sangre que quedaba al interior del fenecido Blackmore.

Saciada y vagando por la estación, buscando un lugar donde lavar sus rostro y sus manos para limpiar toda esa sangre que había vertido minutos antes fue descubierta por uno de los vigilantes, la alumbró con su linterna y sólo observó esos mismos ojos azules que irradiaban crueldad infinita, ella de un salto usando sus largas uñas como katanas partió en dos al desgraciado vigilante, producto de eso el cuerpo fue lanzado al interior del vagón mirador del tren turístico salpicando el piso y las barras de bronce con sangre y trozos de carne.

Esa mañana el ferrocarril no partió hacia Huancayo, la policia echó a perder las escenas de los crímenes y como de costumbre producto de la desidia institucionalizada culpó a los maleantes de siempre "Trataron de robar mineral y fueron descubiertos".

"Fritz" yacía tembloroso bajo el soporte de un grupo electrógeno, oculto y aterrado por lo que observó, la sangre aún tibia de su amigo le cubría parte del lomo.

Antonio Gamio

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