miércoles, 26 de noviembre de 2008

Cerro San Cristóbal 2008


Desde las alturas de aquel famoso cerro, que se ubica en la Tres Veces Coronada Ciudad de Los Reyes, Ludovica acechaba oculta en la profundidad de la noche cual gárgola sobre la cruz que se ubica en la cima permanecía tranquila y callada, la luces de la gran ciudad se perdían en el horizonte mientras que el fluido vehicular muy debajo de sus pies parecía un río de luciérnagas, en algún lugar sonaba un festejo una fiesta a ritmo de cumbia y hasta se podían escuchar las risas y la alegría de los concurrentes, en una calle aledaña al Coso de Acho vio como un solitario caminante era asaltado por una pandilla de ladrones "Pirañas les llaman aquí" pensó, mientras que en el Puente Balta una sórdida camioneta policial cobraba cupos a los vendedores de droga de la zona "Que ironía, los delincuentes y la ley asaltan en este lugar" susurró a la vez que se puso en pie, el frío viento acariciaba su pálido rostro.

Eliseo sólo sintió un golpe en su cabeza, eran aproximadamente las 03:30 de la mañana, tenía que realizar su diaria rutina de acudir al Centro a recoger los periódicos y revistas que vendía en su pulcro puesto del Jr. Camaná, debía hacerlo temprano pues abría su quiosco a las 05:00 de la mañana, su esposa le había preparado su "calentado" y con una enorme taza de avena casi hirviendo degustó unas lonjas de queso fresco que su hermana le había traído de Huancayo, se había abrigado con una casaca de corduroy y su cuello estaba protegido por una bufanda de lana, "Gorda, al mediodía vuelvo para ver el asunto del terreno, Pascual va a ir a quedarse en el puesto mientras resolvemos el asunto" le había dicho a su esposa, esa tarde iban a comprar un terreno en San Juan de Lurigancho, así con la barriga llena y el corazón contento se persignó mirando la cruz sobre el cerro y se despidió de su "Gorda" con un beso y salió a trabajar.

Ludovica observó a su presa, un hombre robusto y joven, por las escalinatas del cerro bajaba a paso ligero como queriendo ganar tiempo al tiempo, se podía sentir el jadear ocasionado por la agitación del ejercicio madrugador, observó su reloj, un Casio de plástico negro, "Las 03:50, voy a llegar tarde" pensó mientras daba la curva en una ladera atestada de bloques de cemento, pasó por una fiesta y con el rabillo del ojo vio varias personas celebrando repletas de cerveza, la música a todo volumen llenaba ese lugar pero él continuó impasible puestos los ojos en las gradas, sintió un viento helado sobre su cabeza, pero no hizo caso solo pensó "Esta fría la madrugada" y prosiguió, pasó por una bodega, y por otra, una vez más dobló por una calle y se internó en la oscuridad, por algún motivo los postes de alumbrado estaban apagados, aminoró la velocidad de sus pasos y de pronto sintió frío pero esta vez el alma se le congeló al ver delante de él a una bestia de apariencia humana, ella abrió sus brazos y violentamente atacó a su paralizada presa, con sus garras relucientes como el acero abrió el cuello de su victima y clavó sus filosos colmillos en esa sangrienta herida, cuando satisfizo sus ansias de sangre cercenó de un solo tajo la cabeza del infeliz, esta fue a parar en un andén a pocos metros de ahí, el cuerpo sin sangre y sin vida cayó a sus pies cual costal de papas, y de pronto, otra persona apareció, el buen Eliseo, Ludovica cubrió el cadáver con su cuerpo, su negro atavío ocultó entre las sombras la mortandad, Eliseo pasó a pocos metros de ella sin darse cuenta, cuando de pronto sus ojos observaron un charco de sangre y sobre aquel un bulto semejante a una pelota, o a un coco, se detuvo y cuando se iba acercando al macabro espectáculo sintió un golpe en la cabeza. Ludovica huyó de la escena, emprendió veloz vuelo hacia su guarida.

Ya de mañana un alboroto inundaba las retorcidas calles del Cerro San Cristobal, entre ebrios, amas de casa, colegiales y demás vecinos se hallaban dos cuerpos, uno decapitado y el otro del buen Eliseo, la cabeza del primero yacía cubierta de sangre y tierra pero la expresión del rostro era tan horrenda que causó algunos vómitos y desmayos entre la multitud, la prensa no tardó en llegar así como algunos policías de la zona y la esposa de Eliseo, su “Gorda” como él la llamaba. Entre empellones, gritos y desesperación los noticieros de radio y TV cumplieron su labor de informar, “Horrible asesinato en el Cerro San Cristóbal”, “Joven que se desempeñaba como vigilante en el balneario de Asia es decapitado”, mientras que en los diarios se leía “Vendedor de periódicos salva de morir”, “Vuelan mitra a Yungay, rompen chimba a Canillita”

En el hospital Eliseo recobró el conocimiento ¿Gorda, qué pasó? fue lo único que balbuceó, mientras, en otro lugar de la ciudad alguien más se preguntaba ¿Qué pasó?

Antonio Gamio

martes, 18 de noviembre de 2008

Kresnik


Los humanos se alimentan de animales, los vampiros se alimentan de humanos, pero... ¿Quién se alimenta de vampiros? un Kresnik

Un Kresnik o Krsnik es un ser surgido de la mitología eslava, por eones han sido los enemigos mortales de los vampiros, no siendo tan numerosos como éstos han diezmado las filas de aquellas criaturas de las tinieblas.

Antonio Gamio


lunes, 10 de noviembre de 2008

Ludwika von Kronstadt - Episodio I


Corría el año 1462, el crepúsculo teñía de rojo aquel frío bosque en las cercanías de Kronstadt, cuyo nombre actual es Braşov en Rumania, una bandada de cuervos rompía el silencio con sus tétricos graznidos, se dirigían hacia un claro, atraídos por el olor y empujados por el hambre hallaron un sinnúmero de cuerpos empalados, las entrañas de algunos se deslizaban lentamente a través de aquellas enormes estacas, otros agonizaban viendo aquel sol rojo y los demás, aún tibios, partían hacia la eternidad.

Los cuervos hicieron un festín con los ojos de aquellos desgraciados, hundían sus cabezas en las heridas y las sacaban cubiertas de sangre y en sus picos sostenían pequeños trozos de humanidad, las otras aves de rapiña de igual forma, algunas dado su tamaño imponían su reinado sobre los muertos otras hinchadas por lo que habían comido solo daban pequeños saltos sobre la tierra humedecida por aquella carnicería, los lobos no tardaron en aparecer, saltaban sobre los cadáveres y con sus potentes mandíbulas los acercaban hacia tierra clavándolos cada vez más en aquellas afiladas estacas.

Desde un castillo situado a pocos kilómetros la baronesa Ludwika von Raupenberg observaba el cielo repleto de aves de rapiña, su edad 28 años pero toda una anciana en aquella época, hermosa como ninguna pero soltera aún, su vida la había pasado entre las paredes del castillo, custodiada por su padre como una joya tal vez como arma secreta para ser utilizada en alguna futura alianza tan útil en esos tiempos de barbarie, pero esto no fue impedimento para dar rienda suelta a su interés por el ocultismo y la magia negra, tanto así que su pequeña corte se componía de gitanas y nobles orientales las cuales la iniciaron en el arcano arte de la hechicería, la necromancia y la búsqueda de la eterna juventud. Ataviada con un impresionante traje azul de seda y encaje luciendo un tocado espectacular lucía etérea, inalcanzable para cualquier común mortal, desde la ventana en donde se encontraba el siniestro ocaso testigo de la matanza teñía la blancura de su piel, una piel tan blanca que llegaba a la palidez en aquellos fríos inviernos.

Cayendo las primeras sombras nocturnas Ludwika llamó a su aya, la fiel Matilda, le solicitó que preparase su caballo, armas y antorchas pues ambas irían a observar lo sucedido en el bosque, podría ser el momento adecuado de celebrar algún conjuro secreto en contra de los enemigos de su padre.

Cubiertas con capas con caperuzas y provistas de antorchas y espadas para su protección –Ludwika era una espadachín por naturaleza y una excelente amazona- ambas salieron a hurtadillas del vetusto castillo, cabalgaron, se internaron en el bosque, se toparon con algunos árboles caídos y llegaron al enorme claro sobre el cual solo la luna alumbraba, grande fue su sorpresa al observar a los cientos de personas empaladas, la gran mayoría lucían mutiladas y cubiertas de sangre producto de la acción de los depredadores de la noche, el olor a sangre aún fresca impregnaba el ambiente y una tenue garúa cubría los charcos de sangre sobre la húmeda tierra. Ludwika observó, sus bellos ojos azules reflejaban el fuego de la antorcha que le calentaba el rostro a la vez que recorría con su mirada aquel claro repleto de muerte, clavó su antorcha en un cuerpo y desmontó de su corcel, sus bellos atavíos se mancharon de barro y sangre a medida que caminaba por aquel campo siniestro, se internó entre el bosque de cuerpos observada a pocos metros por su aya, cuando de pronto cuando se disponía a sacar su libro de conjuros observó que unos ojos amarillos la observaban y desde las sombras apareció un enorme y feroz lobo tan oscuro como la noche, la bestia se lanzó sobre ella pero de pronto y sin atizbo de duda fue partido en dos con una maniobra tan veloz que el animal aún continuaba gruñendo cuando parte de su cuerpo cayó tras las espaldas de la baronesa, sin inmutarse continuó su periplo, pudo observar los restos de algunos nobles conocidos por ella, algunos de los cuales habían compartido su alcoba en más de una oportunidad, otros habían pretendido su mano y otros, los plebeyos, la habían servido fielmente, mezclada con los cuerpos y las aves de rapiña levanto su rostro al cielo para dejar que la suave garúa refresque y lave su cara cubierta por sangre y barro, en eso estaba, meditando, preparándose para el rito cuando de entre la multitud de empalados surgió una voz , casi un susurro “Ludwika, Ludwika”, la joven en estado de alerta puso en guardia su espada, tensó los músculos y adoptó pose de combate, con un gesto ordenó a su aya que se estuviera quieta, así en orden de batalla avanzó paso a paso hacia el lugar desde donde provenía aquella voz, era un boyardo, un noble que agonizaba, al cual los cuervos habían arrancado un ojo y los lobos habían destazado parte de sus muslos, cubierto de sangre, barro y lluvia, agonizaba aún clavado pero puesto a tierra por el accionar de su peso y de las feroces mandíbulas caninas. La baronesa lo halló, al borde de la muerte, sus intestinos se vertían sobre la húmeda tierra y lo que quedaba de su otrora regio y viril aspecto solo eran despojos, Horst von Riga otrora caballero teutón hoy boyardo yacía miserable a los pies de Ludwika, ella se acercó y puesta en cuclillas quitó los mechones de rubio cabello que le cubrían el malogrado rostro, por su mente pasaron muchos recuerdos, él había sido un ocasional amante en las orgías que se festejaban luego de cada misa negra, las mismas que se realizaban en los profundos sótanos del castillo, él mismo le había regalado un antiguo manuscrito árabe en donde se revelaba el secreto de la eterna juventud y había sido su instructor de equitación cuando ella tenía 12 años y su maestro en el arte de la guerra cuando tenía 14, la baronesa lo observó, distante y fría, “Hablad, que puedo hacer por vos cuando estaís a las puertas del Hades” le dijo, Horst con los segundos contados le respondió casi balbuceando “Vuestro mismo padre presenció mi empalamiento con regocijo, sólo os quiero pedir una gracia, soy el último de mi especie y no quiero partir quebrando mi linaje”, Ludwika se puso en pie y colocó la punta de su bota en el mentón del infeliz y levanto aquella deforme cabeza haciendo que el único ojo del boyardo la observara, “Si no hubieseis traicionado a la Orden no estaríais aquí noble Horst, ahora me pedís una gracia a la cual accederé dados los años de fiel servicio a mi casa y por los buenos recuerdos que llevo de vos, hablad pues, ¿Qué pedís?”, Horst abrió la boca y mostró unos colmillos su único ojo se torno de un color amarillento casi transparente, ¡Nosferatu! Dijo sorprendida la baronesa apartando su pie de aquel y retrocediendo, Matilda rápidamente cubrió a su señora y lanzó un ataque con su espada contra el cuerpo del boyardo pero Ludwika impidió el golpe, ambas presas del temor y con espanto en sus miradas observaban como aquel despojo humanos se retorcía violentamente, sangrante y sucio, “Mi señora, ¡Tomad de mi sangre y vivireís joven por siempre!” fue el último aliento de Horst el cual fue opacado por un temible aullido de un lobo, acto seguido partió hacia el infierno.

En el manuscrito árabe traducido al latín que Horst von Riga le había regalado a la baronesa se describían unos extraños seres llamados Ghül o Al-Ghül los cuales vivían eternamente alimentándose de sangre humana, se describía también que una de sus principales características era la juventud, la eterna juventud a costa de la especie humana. Ludwika había leído con ansias aquel libro, se lo conocía al detalle y dado que provenía de Horst sabía que no era algo insulso, ella siempre lo había admirado, por su vigor, su fortaleza, por su piel que aún a pesar de los años siempre lucía lozana, y en los círculos ocultistas decían que había hecho pacto con el diablo, los gitanos le temían por su aspecto, enorme y rudo, protagonista de las más desenfrenadas orgías Horst era todo un semental tanto como un valeroso guerrero formado en la Orden Teutónica, pero siempre cubierto de misterio, muchas de sus amantes desaparecían o simplemente pasaban a figurar dentro de la mitología local como espectros que robaban niños en los bosques, Nosferatu y Vrolok les llamaban los campesinos de Wallachia, Vampyr los germanos que vivían en aquellas tierras, para los gitanos eran diablos o Upiros con formas humanas, para Ludwika eran seres interesantes.

En medio de la garúa que ya tenía visos de lluvia Ludwika se postró al lado del cuerpo sin vida del boyardo, con su espada infringió un corte en la yugular de Horst y la sangre que brotó fue recogida en una cantimplora de cuero, luego infringió otro corte en la arteria femoral, broto más sangre, tanto así que llenó gran parte de la redonda cantimplora, saciada en su curiosidad y temerosa por los despiadados castigos que se infringían en aquellas tierras a los ladrones de cadáveres montó su corcel y en compañía de la fiel Matilda salieron del lugar, cruzaron el tenebroso bosque y ya bajo la abundante lluvia arribaron secretamente al castillo.


Antonio Gamio