
Corría el año 1462, el crepúsculo teñía de rojo aquel frío bosque en las cercanías de Kronstadt, cuyo nombre actual es Braşov en Rumania, una bandada de cuervos rompía el silencio con sus tétricos graznidos, se dirigían hacia un claro, atraídos por el olor y empujados por el hambre hallaron un sinnúmero de cuerpos empalados, las entrañas de algunos se deslizaban lentamente a través de aquellas enormes estacas, otros agonizaban viendo aquel sol rojo y los demás, aún tibios, partían hacia la eternidad.
Los cuervos hicieron un festín con los ojos de aquellos desgraciados, hundían sus cabezas en las heridas y las sacaban cubiertas de sangre y en sus picos sostenían pequeños trozos de humanidad, las otras aves de rapiña de igual forma, algunas dado su tamaño imponían su reinado sobre los muertos otras hinchadas por lo que habían comido solo daban pequeños saltos sobre la tierra humedecida por aquella carnicería, los lobos no tardaron en aparecer, saltaban sobre los cadáveres y con sus potentes mandíbulas los acercaban hacia tierra clavándolos cada vez más en aquellas afiladas estacas.
Desde un castillo situado a pocos kilómetros la baronesa Ludwika von Raupenberg observaba el cielo repleto de aves de rapiña, su edad 28 años pero toda una anciana en aquella época, hermosa como ninguna pero soltera aún, su vida la había pasado entre las paredes del castillo, custodiada por su padre como una joya tal vez como arma secreta para ser utilizada en alguna futura alianza tan útil en esos tiempos de barbarie, pero esto no fue impedimento para dar rienda suelta a su interés por el ocultismo y la magia negra, tanto así que su pequeña corte se componía de gitanas y nobles orientales las cuales la iniciaron en el arcano arte de la hechicería, la necromancia y la búsqueda de la eterna juventud. Ataviada con un impresionante traje azul de seda y encaje luciendo un tocado espectacular lucía etérea, inalcanzable para cualquier común mortal, desde la ventana en donde se encontraba el siniestro ocaso testigo de la matanza teñía la blancura de su piel, una piel tan blanca que llegaba a la palidez en aquellos fríos inviernos.
Cayendo las primeras sombras nocturnas Ludwika llamó a su aya, la fiel Matilda, le solicitó que preparase su caballo, armas y antorchas pues ambas irían a observar lo sucedido en el bosque, podría ser el momento adecuado de celebrar algún conjuro secreto en contra de los enemigos de su padre.
Cubiertas con capas con caperuzas y provistas de antorchas y espadas para su protección –Ludwika era una espadachín por naturaleza y una excelente amazona- ambas salieron a hurtadillas del vetusto castillo, cabalgaron, se internaron en el bosque, se toparon con algunos árboles caídos y llegaron al enorme claro sobre el cual solo la luna alumbraba, grande fue su sorpresa al observar a los cientos de personas empaladas, la gran mayoría lucían mutiladas y cubiertas de sangre producto de la acción de los depredadores de la noche, el olor a sangre aún fresca impregnaba el ambiente y una tenue garúa cubría los charcos de sangre sobre la húmeda tierra. Ludwika observó, sus bellos ojos azules reflejaban el fuego de la antorcha que le calentaba el rostro a la vez que recorría con su mirada aquel claro repleto de muerte, clavó su antorcha en un cuerpo y desmontó de su corcel, sus bellos atavíos se mancharon de barro y sangre a medida que caminaba por aquel campo siniestro, se internó entre el bosque de cuerpos observada a pocos metros por su aya, cuando de pronto cuando se disponía a sacar su libro de conjuros observó que unos ojos amarillos la observaban y desde las sombras apareció un enorme y feroz lobo tan oscuro como la noche, la bestia se lanzó sobre ella pero de pronto y sin atizbo de duda fue partido en dos con una maniobra tan veloz que el animal aún continuaba gruñendo cuando parte de su cuerpo cayó tras las espaldas de la baronesa, sin inmutarse continuó su periplo, pudo observar los restos de algunos nobles conocidos por ella, algunos de los cuales habían compartido su alcoba en más de una oportunidad, otros habían pretendido su mano y otros, los plebeyos, la habían servido fielmente, mezclada con los cuerpos y las aves de rapiña levanto su rostro al cielo para dejar que la suave garúa refresque y lave su cara cubierta por sangre y barro, en eso estaba, meditando, preparándose para el rito cuando de entre la multitud de empalados surgió una voz , casi un susurro “Ludwika, Ludwika”, la joven en estado de alerta puso en guardia su espada, tensó los músculos y adoptó pose de combate, con un gesto ordenó a su aya que se estuviera quieta, así en orden de batalla avanzó paso a paso hacia el lugar desde donde provenía aquella voz, era un boyardo, un noble que agonizaba, al cual los cuervos habían arrancado un ojo y los lobos habían destazado parte de sus muslos, cubierto de sangre, barro y lluvia, agonizaba aún clavado pero puesto a tierra por el accionar de su peso y de las feroces mandíbulas caninas. La baronesa lo halló, al borde de la muerte, sus intestinos se vertían sobre la húmeda tierra y lo que quedaba de su otrora regio y viril aspecto solo eran despojos, Horst von Riga otrora caballero teutón hoy boyardo yacía miserable a los pies de Ludwika, ella se acercó y puesta en cuclillas quitó los mechones de rubio cabello que le cubrían el malogrado rostro, por su mente pasaron muchos recuerdos, él había sido un ocasional amante en las orgías que se festejaban luego de cada misa negra, las mismas que se realizaban en los profundos sótanos del castillo, él mismo le había regalado un antiguo manuscrito árabe en donde se revelaba el secreto de la eterna juventud y había sido su instructor de equitación cuando ella tenía 12 años y su maestro en el arte de la guerra cuando tenía 14, la baronesa lo observó, distante y fría, “Hablad, que puedo hacer por vos cuando estaís a las puertas del Hades” le dijo, Horst con los segundos contados le respondió casi balbuceando “Vuestro mismo padre presenció mi empalamiento con regocijo, sólo os quiero pedir una gracia, soy el último de mi especie y no quiero partir quebrando mi linaje”, Ludwika se puso en pie y colocó la punta de su bota en el mentón del infeliz y levanto aquella deforme cabeza haciendo que el único ojo del boyardo la observara, “Si no hubieseis traicionado a la Orden no estaríais aquí noble Horst, ahora me pedís una gracia a la cual accederé dados los años de fiel servicio a mi casa y por los buenos recuerdos que llevo de vos, hablad pues, ¿Qué pedís?”, Horst abrió la boca y mostró unos colmillos su único ojo se torno de un color amarillento casi transparente, ¡Nosferatu! Dijo sorprendida la baronesa apartando su pie de aquel y retrocediendo, Matilda rápidamente cubrió a su señora y lanzó un ataque con su espada contra el cuerpo del boyardo pero Ludwika impidió el golpe, ambas presas del temor y con espanto en sus miradas observaban como aquel despojo humanos se retorcía violentamente, sangrante y sucio, “Mi señora, ¡Tomad de mi sangre y vivireís joven por siempre!” fue el último aliento de Horst el cual fue opacado por un temible aullido de un lobo, acto seguido partió hacia el infierno.
En el manuscrito árabe traducido al latín que Horst von Riga le había regalado a la baronesa se describían unos extraños seres llamados Ghül o Al-Ghül los cuales vivían eternamente alimentándose de sangre humana, se describía también que una de sus principales características era la juventud, la eterna juventud a costa de la especie humana. Ludwika había leído con ansias aquel libro, se lo conocía al detalle y dado que provenía de Horst sabía que no era algo insulso, ella siempre lo había admirado, por su vigor, su fortaleza, por su piel que aún a pesar de los años siempre lucía lozana, y en los círculos ocultistas decían que había hecho pacto con el diablo, los gitanos le temían por su aspecto, enorme y rudo, protagonista de las más desenfrenadas orgías Horst era todo un semental tanto como un valeroso guerrero formado en la Orden Teutónica, pero siempre cubierto de misterio, muchas de sus amantes desaparecían o simplemente pasaban a figurar dentro de la mitología local como espectros que robaban niños en los bosques, Nosferatu y Vrolok les llamaban los campesinos de Wallachia, Vampyr los germanos que vivían en aquellas tierras, para los gitanos eran diablos o Upiros con formas humanas, para Ludwika eran seres interesantes.
En medio de la garúa que ya tenía visos de lluvia Ludwika se postró al lado del cuerpo sin vida del boyardo, con su espada infringió un corte en la yugular de Horst y la sangre que brotó fue recogida en una cantimplora de cuero, luego infringió otro corte en la arteria femoral, broto más sangre, tanto así que llenó gran parte de la redonda cantimplora, saciada en su curiosidad y temerosa por los despiadados castigos que se infringían en aquellas tierras a los ladrones de cadáveres montó su corcel y en compañía de la fiel Matilda salieron del lugar, cruzaron el tenebroso bosque y ya bajo la abundante lluvia arribaron secretamente al castillo.
Antonio Gamio
Los cuervos hicieron un festín con los ojos de aquellos desgraciados, hundían sus cabezas en las heridas y las sacaban cubiertas de sangre y en sus picos sostenían pequeños trozos de humanidad, las otras aves de rapiña de igual forma, algunas dado su tamaño imponían su reinado sobre los muertos otras hinchadas por lo que habían comido solo daban pequeños saltos sobre la tierra humedecida por aquella carnicería, los lobos no tardaron en aparecer, saltaban sobre los cadáveres y con sus potentes mandíbulas los acercaban hacia tierra clavándolos cada vez más en aquellas afiladas estacas.
Desde un castillo situado a pocos kilómetros la baronesa Ludwika von Raupenberg observaba el cielo repleto de aves de rapiña, su edad 28 años pero toda una anciana en aquella época, hermosa como ninguna pero soltera aún, su vida la había pasado entre las paredes del castillo, custodiada por su padre como una joya tal vez como arma secreta para ser utilizada en alguna futura alianza tan útil en esos tiempos de barbarie, pero esto no fue impedimento para dar rienda suelta a su interés por el ocultismo y la magia negra, tanto así que su pequeña corte se componía de gitanas y nobles orientales las cuales la iniciaron en el arcano arte de la hechicería, la necromancia y la búsqueda de la eterna juventud. Ataviada con un impresionante traje azul de seda y encaje luciendo un tocado espectacular lucía etérea, inalcanzable para cualquier común mortal, desde la ventana en donde se encontraba el siniestro ocaso testigo de la matanza teñía la blancura de su piel, una piel tan blanca que llegaba a la palidez en aquellos fríos inviernos.
Cayendo las primeras sombras nocturnas Ludwika llamó a su aya, la fiel Matilda, le solicitó que preparase su caballo, armas y antorchas pues ambas irían a observar lo sucedido en el bosque, podría ser el momento adecuado de celebrar algún conjuro secreto en contra de los enemigos de su padre.
Cubiertas con capas con caperuzas y provistas de antorchas y espadas para su protección –Ludwika era una espadachín por naturaleza y una excelente amazona- ambas salieron a hurtadillas del vetusto castillo, cabalgaron, se internaron en el bosque, se toparon con algunos árboles caídos y llegaron al enorme claro sobre el cual solo la luna alumbraba, grande fue su sorpresa al observar a los cientos de personas empaladas, la gran mayoría lucían mutiladas y cubiertas de sangre producto de la acción de los depredadores de la noche, el olor a sangre aún fresca impregnaba el ambiente y una tenue garúa cubría los charcos de sangre sobre la húmeda tierra. Ludwika observó, sus bellos ojos azules reflejaban el fuego de la antorcha que le calentaba el rostro a la vez que recorría con su mirada aquel claro repleto de muerte, clavó su antorcha en un cuerpo y desmontó de su corcel, sus bellos atavíos se mancharon de barro y sangre a medida que caminaba por aquel campo siniestro, se internó entre el bosque de cuerpos observada a pocos metros por su aya, cuando de pronto cuando se disponía a sacar su libro de conjuros observó que unos ojos amarillos la observaban y desde las sombras apareció un enorme y feroz lobo tan oscuro como la noche, la bestia se lanzó sobre ella pero de pronto y sin atizbo de duda fue partido en dos con una maniobra tan veloz que el animal aún continuaba gruñendo cuando parte de su cuerpo cayó tras las espaldas de la baronesa, sin inmutarse continuó su periplo, pudo observar los restos de algunos nobles conocidos por ella, algunos de los cuales habían compartido su alcoba en más de una oportunidad, otros habían pretendido su mano y otros, los plebeyos, la habían servido fielmente, mezclada con los cuerpos y las aves de rapiña levanto su rostro al cielo para dejar que la suave garúa refresque y lave su cara cubierta por sangre y barro, en eso estaba, meditando, preparándose para el rito cuando de entre la multitud de empalados surgió una voz , casi un susurro “Ludwika, Ludwika”, la joven en estado de alerta puso en guardia su espada, tensó los músculos y adoptó pose de combate, con un gesto ordenó a su aya que se estuviera quieta, así en orden de batalla avanzó paso a paso hacia el lugar desde donde provenía aquella voz, era un boyardo, un noble que agonizaba, al cual los cuervos habían arrancado un ojo y los lobos habían destazado parte de sus muslos, cubierto de sangre, barro y lluvia, agonizaba aún clavado pero puesto a tierra por el accionar de su peso y de las feroces mandíbulas caninas. La baronesa lo halló, al borde de la muerte, sus intestinos se vertían sobre la húmeda tierra y lo que quedaba de su otrora regio y viril aspecto solo eran despojos, Horst von Riga otrora caballero teutón hoy boyardo yacía miserable a los pies de Ludwika, ella se acercó y puesta en cuclillas quitó los mechones de rubio cabello que le cubrían el malogrado rostro, por su mente pasaron muchos recuerdos, él había sido un ocasional amante en las orgías que se festejaban luego de cada misa negra, las mismas que se realizaban en los profundos sótanos del castillo, él mismo le había regalado un antiguo manuscrito árabe en donde se revelaba el secreto de la eterna juventud y había sido su instructor de equitación cuando ella tenía 12 años y su maestro en el arte de la guerra cuando tenía 14, la baronesa lo observó, distante y fría, “Hablad, que puedo hacer por vos cuando estaís a las puertas del Hades” le dijo, Horst con los segundos contados le respondió casi balbuceando “Vuestro mismo padre presenció mi empalamiento con regocijo, sólo os quiero pedir una gracia, soy el último de mi especie y no quiero partir quebrando mi linaje”, Ludwika se puso en pie y colocó la punta de su bota en el mentón del infeliz y levanto aquella deforme cabeza haciendo que el único ojo del boyardo la observara, “Si no hubieseis traicionado a la Orden no estaríais aquí noble Horst, ahora me pedís una gracia a la cual accederé dados los años de fiel servicio a mi casa y por los buenos recuerdos que llevo de vos, hablad pues, ¿Qué pedís?”, Horst abrió la boca y mostró unos colmillos su único ojo se torno de un color amarillento casi transparente, ¡Nosferatu! Dijo sorprendida la baronesa apartando su pie de aquel y retrocediendo, Matilda rápidamente cubrió a su señora y lanzó un ataque con su espada contra el cuerpo del boyardo pero Ludwika impidió el golpe, ambas presas del temor y con espanto en sus miradas observaban como aquel despojo humanos se retorcía violentamente, sangrante y sucio, “Mi señora, ¡Tomad de mi sangre y vivireís joven por siempre!” fue el último aliento de Horst el cual fue opacado por un temible aullido de un lobo, acto seguido partió hacia el infierno.
En el manuscrito árabe traducido al latín que Horst von Riga le había regalado a la baronesa se describían unos extraños seres llamados Ghül o Al-Ghül los cuales vivían eternamente alimentándose de sangre humana, se describía también que una de sus principales características era la juventud, la eterna juventud a costa de la especie humana. Ludwika había leído con ansias aquel libro, se lo conocía al detalle y dado que provenía de Horst sabía que no era algo insulso, ella siempre lo había admirado, por su vigor, su fortaleza, por su piel que aún a pesar de los años siempre lucía lozana, y en los círculos ocultistas decían que había hecho pacto con el diablo, los gitanos le temían por su aspecto, enorme y rudo, protagonista de las más desenfrenadas orgías Horst era todo un semental tanto como un valeroso guerrero formado en la Orden Teutónica, pero siempre cubierto de misterio, muchas de sus amantes desaparecían o simplemente pasaban a figurar dentro de la mitología local como espectros que robaban niños en los bosques, Nosferatu y Vrolok les llamaban los campesinos de Wallachia, Vampyr los germanos que vivían en aquellas tierras, para los gitanos eran diablos o Upiros con formas humanas, para Ludwika eran seres interesantes.
En medio de la garúa que ya tenía visos de lluvia Ludwika se postró al lado del cuerpo sin vida del boyardo, con su espada infringió un corte en la yugular de Horst y la sangre que brotó fue recogida en una cantimplora de cuero, luego infringió otro corte en la arteria femoral, broto más sangre, tanto así que llenó gran parte de la redonda cantimplora, saciada en su curiosidad y temerosa por los despiadados castigos que se infringían en aquellas tierras a los ladrones de cadáveres montó su corcel y en compañía de la fiel Matilda salieron del lugar, cruzaron el tenebroso bosque y ya bajo la abundante lluvia arribaron secretamente al castillo.
Antonio Gamio
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